A 30 pisos de altura frente a la playa de copacabana
La calle huele a humedad a fruta sexo bronceador cachaza
A 30 pisos de altura veo la vida que me mira y pasa
Bebiendo agua de coco frente a la playa de copacabana
Cuando den las diez no volveran a casa
Se quedaran ahi no volveran a casa
Cuando den las diez los niños de la playa
Se quedaran ahi no volveran a casa
Coro:
Como los coches luz de farola
Como los gatos y las baldosas
Como las tiendas y los buzones
Como basura por los rincones
Como los perros intentando vivir, viviendo
Desde la asfixia y la altura veo el temor de la ciudad dormida
Nada se intuye en el aire de la violencia en la que todo gira
Colombia avanza y el mundo no sabe nada y si lo sabe olvida
Y todo sigue girando morir al dia es parte de la vida
Niño del dolor que cuelga de los coches
Y aspira oscuridad crecida de la noche
Niño del dolor sin nada a que agarrarse
Perdido en la ciudad ya es parte del paisaje
Coro:
Como los coches luz de farola,
Como gatos y las baldosas
Como las tiendas y los buzones
Como basura por los rincones
Como los perros intentando vivir, viviendo
A muchas horas de casa miro la luz de la ciudad torcida
La inmensidad del df. la multitud que en el smog respira
A muchas horas de casaotra mirada nos observa y mira
Y la serpiente emplumada quedó atrapada y ahora es luz cautiva
Niño del dolor haciendo piruetas
A cambio de tener migajas o monedas
Niño del dolor que juega a hacerse grande
Ausente del amor ya es parte de la calle
lunes, 28 de abril de 2008
Niños, de Pedro Guerra y Julieta Venegas
martes, 22 de abril de 2008
Los comedores de patatas, de Vincent Van Gogh
Exhaustos, raídos, en penumbra, aislados y huesudos. Los comedores de patatas mastican por la noche el fruto que sus cuerpos trabajan por el día sin cruzar miradas ni palabras. Impresionismo barroco lleno de sombras de desgana, amarilleado por una bombilla de dignidad que pone al descubierto la miseria de los de muy abajo. Estos, y no principes ni damiselas, son para Van Gogh los protagonistas del mundo.
Me que con el de más a la izquierda, que apunta sus ojos saltones y acuosos hacia la mujer de la derecha -tal vez su madre-, de expresión resignada, de alegrías abatidas, que sirve humildes cafés. La mira con una voz amarga, de fondo frustrada, y parece que piensa: no es esto lo que te correspondía, mamá.
En el centro, pero menos alumbrada que ninguno, una niña, hija tal vez de alguno, de figura opaca, relata con su nuca y con su espalda el cúmulo de fatigas de otra noche de patatas, el destino preasignado de la hija del desfavorecido.
P.D.: si me visitais, sed benevolentes y soltadme un comentario, que me hace ilusión saber que mis botellas no se pierden por el fondo de algún sitio.
lunes, 14 de abril de 2008
La aurora de Nueva York, de García Lorca
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
martes, 1 de abril de 2008
Masa, de César Vallejo
¡Habrá tantos que piden del grito de la humanidad para no seguir muriendo...!
De labios de Leonardo Sbaraglia todavía impone más:
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
De vuelta
Saludos a los que lean,
Un lanzador de botellas cualquiera