Sudor. Sudor y boca. Boca de muchos días, oscura y pérfida de alientos. Anatomía grotesca de pelo graso. Hombría anónima de placeres de prepago. Restriegos de anonimato, ruido de camas concurridas por la luz del desatino. África entera lloraba por su entrepierna, sacudida mecánicamente por los impulsos febriles que da el fracaso. Al fin termina. Se viste, paga y se va.
Y allí queda ella. Ella, completa de entrepiernas, muere seis veces por noche y la entierran los sudores de sus galanes sin rostro, y expira un aire viciado, descubierto por el halo de una bombilla que desprende pura vergüenza. Tumbada se revuleve, de sus saliva asqueada, y entrelaza sus brazos en la almohada, húmeda de placeres unilaterales. Y refriega sus pechos calcinados sobre las sábanas, que son la ropa del infortunio. Ella, tallada en ébano, que nació del aire y la amamantó la Reina de Java, que creció brillante entre podredumbre.
Aletargada, tapa su oro con lencería histérica y se diseca, sentada en la cama, mientras espera.
P.D.: por favor, soy un náufrago pusilánime que se alimenta de comentarios. Gracias