lunes, 16 de febrero de 2009

El Metro de Madrid y la Amazonía


En mi isla no hay metro, pero este fin de semana he estado en Madrid. Me gusta el metro porque se percibe de un brochazo la composición de una gran urbe. Puede que por arriba cada uno esté en su sitio, en su terreno, pero, en el subsuelo, todos se mezclan y comparten sin interacción los 20 minutos de trayecto: un homosexual con cresta, una beata arrugada, un obrero andino... En una parada, mientras esperaba, observaba a una latinoamericana cualquiera, de las de poca altura, espalda ancha, trenza negra alargada y mirada escurridiza. Estaba sentada, con los pies casi colgando, un gesto amable y una anticuada chaqueta vaquera sobre el típico uniforme verde de las limpiadoras. La miraba y pensaba en lo terrible que tiene que ser cambiar el frescor de algún punto de la Amazonía por los ajetreados bajos de una ciudad europea y de alquitrán.

En el metro había pantallas que daban noticias locales. El locutor contaba que el gobierno de la Comunidad había dispuesto unidades especiales de policía para desactivar y perseguir nuevas bandas violentas de jóvenes sudamericanos. La mujer alzó la cabeza, escuchó estática la noticia y volvió a bajar su cara redonda, cansada, mientras negaba levemente, y se miró las manos.

P.D.: este náufrago pusilánime sólo vive de comentarios. Gracias.



lunes, 9 de febrero de 2009

Nosotros y un objetivo


Hace un mes que no escribo. En el mundo civilizado, es época de exámenes, estrenos estelares de mi banda de música y demás ocupaciones. Nada me inspira (confianza) y hasta mi isla intocable me parece un lugar inseguro.

Resulta que hay ocasiones en que el suelo se me tambalea, las cosas crujen a mi alrededor y de pronto aparezco en un nuevo escenario en el que nada es lo que parece. Me siento como Bernard Marx en Un Mundo Feliz, acongojado ante la idea de que si yo soy el único cuerdo, puede que, en realidad, sea el único loco. El ser humano (como soy náufrago, me exime) es capaz de fenómenos tan magnánimos como la música, un fortuito acuerdo que produce la creación de sentimientos mediante sonidos recolocados, ¿no es maravilloso?

Pero, también, el mismo ser humano es capaz arrastrar a su misma especie a la extorsión más feroz, de crear dioses que se vuelven contra él mismo y de autolesionarse, ¿no es tenebroso?

El ser humano es capaz de ridículos tan estrepitosos como la creación de todo un sistema de conjeturas y acuerdos unilaterales que, de tanto crecer, expandirse y liberarse, ha llegado a devorar a sus mismísimos creadores: mercado de valores, finanzas, sistema crediticio, las leyes de oferta y demanda... Son varias las formas de titular a este dragón, pero detrás de todas ellas sólo existe nuestra firma.

Y los ejemplos de insensatez son también locales y de rabiosa actualidad. Nos martillean las sienes para que protejamos el medio ambiente, nos culpabilizan de las inundaciones, de la pobreza del tercer mundo, de los excesos de occidente. Ahora nos culpabilizan de la crisis, de nuestra falta de voluntad para salir de ella, y nos invitan a consumir más, a gastar, aunque ello revierta muy negativamente en las tortugas verdes o en los yacimientos de coltán.

Nos hablan de lo acobardado que está el terrorismo internacional, y de lo escondido que vive Bin Laden entre piedras, pero la ONU es incapaz de poner orden y reprender a gente que ni siquiera se esconde para cometer atrocidades.

...

Y, al final, ¿qué?

Una vez un amigo me dijo que si existe algún dios, nos concibió para terminar con el planeta Tierra.