No, la botella de hoy no es una versión actualizada del milagro de Jesús (que bien haría falta entre tanto estómago vacío). La botella de hoy es de las que desea estamparse en el cogote de alguien, a ser posible, de alguien que esté sentado en un sillón preferencial de la cumbre de Copenhage.
En cuatro brochazos, la cumbre de Copenhage pretende relevar el protocolo de Kioto, que expira en 2012. Aunque, claro, no es un relevo en sí porque Kioto, entre pitos y flautas, ha tenido un efecto igual a cero, así que, más bien, Copenhage es el enésimo intento no ya de salvar nada, porque el planeta ya está perdido, sino de conseguir que se nos retrase la autodestrucción. Hoy es, en principio, la jornada de clausura, pero por estas fechas no hay acuerdo sobre la mesa. Las razones principales: el G-77 (es decir, una ristra de países desnutridos) están encolerizados ante el egoísmo de las megapotencias y se niegan a pactar hasta que China, EE UU y otros miembros del G-8 no agachen la cabeza en cuanto al clima se refiere. Del otro lado, China se cierra en banda y no parece que vaya a consentir que nadie, ni la ONU ni la corte celestial al completo, tenga acceso a sus datos de emisiones de CO2 a la atmósfera. Lógicamente, sin conocer cuánto escupe el gigante asiático, no se le puede pedir que reduzca.
Hasta ahora, la cumbre ha destacado por dos vergüenzas principales. La primera, una organización propia de una fiesta de quinceañeros, que dejó en la calle a miles de personas, pertenecientes a ONG y grupos ecologistas y que, acto seguido, anunció que esta pandilla de abraza-árboles (esto es cosecha propia, pero que me corten la mano si la organización no lo pensó) no podrían asistir al interior de la cumbre por falta de infraestructura. ¡Qué casualidad que no haya sitio para el colectivo que más ganas tiene de solucionar algo! La segunda vergüenza principal es que casi a diario se ha redactado un borrador que perfectamente podría haber estado escrito por un chimpancé mecanógrafo, porque los puntos y compromisos son tan ridículos como: “se pondrá límite a las emisiones tan pronto como sea posible” (¿hola?).
Una línea de acción paralela consiste en la creación de una fondo en el que las potencias mejor posicionadas inyecten una cantidad periódica para financiar la modernización energética de los países pobres y emergentes, pero claro, nuestros países se han gastado todos los ahorros en salvar bancos y entidades financieras, que son las que producen dinerito, mucho más importante que el oxígeno. En resumen, están dispuestos a soltar una miseria anual.
Mientras tanto, este náufrago, que en poco tiempo podría quedarse sin isla si los casquetes polares continúan llorando, aporta dos datos significativos que arrojan luz (y piedras e improperios) a los patéticos vaivenes de esta cumbre de Copenhage:
- En un país desarrollado, los pañales que desecha un bebé en sus primeros tres años de vida producen más emisión de gases de efecto invernadero que un habitante del tercer mundo en toda su vida.
- El 90% de todos los peces marinos de tamaño grande han desaparecido en los últimos 10 años.
P.D.: al menos Aminatu ya está en casa. Ya que has leído hasta aquí, ¿por qué no sueltas un comentario? Gracias.