La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
lunes, 14 de abril de 2008
La aurora de Nueva York, de García Lorca
El mito de Lorca no arranca sólo de sus innovaciones en teatro o poesía, y tampoco exclusivamente del símbolo que encarnase a raíz de su fusilamiento. Lorca es genio porque supo ver en calidad de poeta el potencial lírico-dramático-poético de la Andalucía de campo. Supo destilar todos los lamentos del flamenco y de lo común andaluz y aplicarlo a poemas tan cosmopolitas como el siguiente (y mi favorito):
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario