domingo, 27 de septiembre de 2009

Dee Dee Bridgewater y la tierra roja


Como es de sospechar, en una isla desierta no hay grandes posibilidades para nutrirse. Por suerte, mi alimento básico abunda por estos lares: la buena música (sin más concesiones)

El último manjar que he escuchado es tan nutricio que me parece una injusticia de primer orden no darlo a probar a aquéllos que recogen las botellas de este náufrago.

Por un lado tenemos a Dee Dee Bridgewater, que es tal vez la mejor cantante de jazz contemporáneo (eso no lo decido yo sino las críticas, aunque no pienso discutirlo) y hasta la dejan estar muy cerca de Billie Holliday o Sarah Vaughn. Se ha criado en pleno delta del Mississippi, al calor del blues. Tiene una voz arraigada que, a tenor de los colores, diría que le sale de lo más profundo de la válvula mitral. Nada sigue igual después de que Dee Dee separe los labios y lo desestructure todo de un solo verso.

Por otro lado está Mali, uno de los países con más riqueza musical de todo África, de seguro, antepasado de casi toda la música que podamos escuchar hoy en día y patria de gurús como Alí Farká Touré, Toumani Diabates, Tinariwen o Salif Keita (me tiemblan las manos de escribir tanto semidiós junto).

De este matrimonio surge Red Earth (2007), donde una excelsa Bridgewater se reencuentra con sus antepasado africanos, acompañada de un perfecto séquito compuesto, entre otros, por la poderosa Fatoumata Kouyaté o Diabaté y su kora en una preciosa procesión que parte del la tierra del algodón hasta las tierras rojas del país africano.

Les dejo con cualquier canción escogida al azar (es mentira, pero podría haberlo y nadie diría craso error): Red Earth

P.D.: permitido el trance y el baile

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