jueves, 12 de junio de 2008

El 11%

Es parte del temario de la asignatura, es, por tanto, insalvable.

Quería haber pasado rápido, quería haber leído lo justo y necesario, apuntar una ristra de cifras astronómicas, de convenios, enmiendas y encuentros multilaterales. Juro haber evitado personificarlo, haber intentado dejarlo en porcentajes inertes, en situaciones remotas, en realidades tan ajenas que uno no puede ni siquiera construir.

Pero el bulto es tan grande que me ha resultado imposible: un 11%, uno de cada diez niños de este mundo ya no son niños. La situación de la infancia es desdeñable, inabarcable. Dentro de ese 11% (unos 218 millones), 500.000 son soldados sin salirnos de África.

Hasta aquí es todo un duro golpe, pero la derrota me ha venido cuando he tenido que leer, aunque sea con la vista resbaladiza, testimonios como el siguiente para encontrar datos:


Abbas, que tiene ahora 17 años, vive con su tía y va a la
escuela. Durante la guerrra civil, que estalló en Sierra
Leona en 1991, se vio obligado a enrolarse en el Frente
Unido Revolucionario (RUF), un grupo rebelde. Recuerda
su vida antes de la guerra: “En la mañana mi madre me
pedía que barriese y limpiase. Mi padre manejaba un
camión grande. Cuando había luna llena jugaba con mis
compañeros. Jugábamos a la pelota y a las escondidas a la
luz de la luna”. Luego fue reclutado por el RUF: “Iba
camino al mercado cuando un rebelde me exigió que fuera
con él. El comandante me dijo que marchara con él. Mi
abuela discutió con él. La mató de dos balazos. Me dijo que
también me mataría a mí. Me ataron los codos a la espalda.
En la base, me encerraron en el baño durante dos días.
Cuando me dejaron salir, grabaron las letras RUF a través
de mi pecho. Me ataron para que no pudiera frotarme hasta
que sanara. Después me ponían inyecciones en las piernas
y me hacían un corte atrás de mi cabeza para meterme
cocaína... Pasaba cada vez que íbamos a hacer un ataque;
más de 15 veces”.
Como niño soldado, Abbas tuvo que perpetrar muchas
atrocidades: “Cuando los aldeanos se negaban a despejar
una zona los desnudábamos y los quemábamos vivos. A
veces usábamos plástico y otras veces un neumático. A
veces heríamos a alguien en el cuello, y lo dejábamos en el
camino para que muriese lentamente”. Le tomó largo
tiempo a Abbas regresar a una vida normal: “Hace tres
meses un amigo me insultó, me llamó rebelde que mató a
tanta gente y destruyó el mundo entero. Dije, ‘No volverás a
hacer esas observaciones’. Encontré a una mujer que
cortaba hojas de papa. Cogí su cuchillo y lo apuñalé. Le arranqué la piel”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Joder.

Anónimo dijo...

Terrible, me siento culpable por lo que hicieron nuestros antepasados. Si existe el asco ajeno espero que tambien exista la repugnancia ajena...

Estos pobres crios tienen dos funciones: propaganda y mano barata...

Anónimo dijo...

Terrible, me siento culpable por lo que hicieron nuestros antepasados. Si existe el asco ajeno espero que tambien exista la repugnancia ajena...

Estos pobres crios tienen dos funciones: propaganda y mano barata...